jueves, 23 de octubre de 2008

En Madrid muchos no están dispuestos a que la aristócrata y el señorito les hurten lo que es suyo

EL PLURAL
Enric Sopena, 07/10/2008
La Sanidad ni puede ni debe ser un negocio.

Tiene toda la razón el Gran Wyoming en su artículo de ayer en Público. La sanidad madrileña es una vergüenza, consecuencia directa de la política ultraliberal de Esperanza Aguirre. Esta nueva Margaret Thatcher made in Spain ha puesto la Sanidad a los pies de los caballos privatizadores. La Sanidad ha de ser fundamentalmente pública, o controlada férreamente por las Administraciones, porque no puede ni debe ser un negocio. Ni la Sanidad ni la Educación han de ser jamás un negocio.

Lo cual no quiere decir que no hayan de estar ambas pulcra y eficazmente gestionadas. Puede haber una sanidad para ricos. Como puede haber una educación también para millonarios. Pero los ciudadanos pertenecientes a las clases sociales más desfavorecidas -o aquellos a los que no les sobre el dinero a raudales ni practican el pelotazo sospechoso o no se forran con las corrupciones urbanísticas- deben poder acceder a unos hospitales de primera línea cuyos gerentes piensan más en los pacientes que en la cuenta de resultados.

Estado del Bienestar
Para estas cosas y otras muchas que benefician a la sociedad en general existen los Estados democráticos. O los Estados llamados del Bienestar. Durante el apogeo triunfal del liberalismo salvaje –aupado sin complejos por gentes como Thatcher o Ronald Reagan, ese actor mediocre que delataba a sus compañeros progresistas ante el ultramontano McCarthy- se puso en cuestión la continuidad del Estado del Bienestar. Nada irritaba a estos liberales –que levitan soñando con la ley de la selva o la ley del más fuerte- que la protección social en general y, por supuesto, el amparo sanitario para todos los ciudadanos y ciudadanas, incluidos los más menesterosos. La Sanidad universal y la educación para todos fueron dos de las mejores aportaciones socialdemócratas del Gobierno de Felipe González.

Paradójicamente
La crisis económica internacional que ahora nos azota ha devuelto paradójicamente al primer plano de la actualidad a los partidarios de Gobiernos con capacidad de intervenir en los asuntos económicos. Lo contrario que predican los apóstoles del liberalismo radical: ¡menos Estado y más mercado! Menos hospitales públicos y más hospitales que proporcionen a sus propietarios pingües beneficios. Esperanza Aguirre, tan liberal por cierto, despilfarra el dinero público en festejos por todo lo alto e interviene en Telemadrid como lo hacía el presidente-fundador del PP, Manuel Fraga, siendo ministro de la propaganda franquista, en TVE.

Evita Perón
La movilización creciente en Madrid contra Aguirre –que mezcla liberalismo con populismo de modo que, en efecto, a veces recuerda a Thatcher, y otras a Evita Perón- no ha hecho más que empezar. En la Consejería de Sanidad Aguirre cambió a Lamela por Güemes y, si no hubiera sido por el incalificable episodio de la persecución del doctor Montes –llevada a cabo con métodos más propios del fascismo que de una democracia-, el segundo estaría haciendo bueno al primero.

Miembro de la familia Fabra
Güemes, “miembro de la familia Fabra, sonríe con altanería ante los abucheos y broncas que le montan en sus paseos por los hospitales”, según la exacta descripción del Gran Wyoming. Sus poses de señorito o, simplemente, de provocador encajan con cierto estilo chulesco/años treinta que provoca tristes evocaciones. Se ha convertido en una especie de gallito/guardaespaldas de la presidenta autonómica. Concita cada vez más las iras de quienes no están dispuestos a que Aguirre y Güemes entierren la Sanidad pública, uno de los bienes más preciados, una importante conquista de los trabajadores que ha costado mucha sangre. No están dispuestos, ciertamente, a que la aristócrata y el señorito les hurten lo que es suyo.

Enric Sopena es director de El Plural

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